En la localidad misionera de Salto Encantado, un proyecto combina economía circular, agricultura regenerativa, inclusión social y perspectiva de género. Se trata de la Biofábrica Reverdecer, gestionada por la Asociación Civil Mujeres Soñadoras.
Con un fuerte arraigo territorial, la biofábrica produce fertilizantes naturales como compost, bocashi (abono obtenido a partir de la fermentación anaeróbica -sin oxígeno- de residuos orgánicos), biofertilizantes líquidos y sólidos, jabón potásico y caldo ceniza. Estos bioinsumos reemplazan a sustancias químicas, mejoran la salud del suelo y protegen la biodiversidad. Además, la producción se comercializa en chacras locales que han obtenido certificación agroecológica o se encuentran en proceso de transición.

El emprendimiento forma parte del consorcio Somos Red, que busca replicar esta experiencia en otras localidades mediante una red de proveedores y promotores locales, adaptando el modelo a los recursos y realidades de cada territorio. Su objetivo es fortalecer el tejido social, garantizar independencia económica a mujeres y jóvenes, y enfrentar el cambio climático con resiliencia desde el campo.
“A partir de la biofábrica generamos empleo verde, impulsamos la participación comunitaria y ayudamos a que las familias permanezcan en la ruralidad con oportunidades económicas sustentables”, dice Claudia Kozakzek, presidenta de Mujeres Soñadoras. “Este proyecto no solo recupera suelos, sino también vínculos y liderazgos”, afirma.
Triple impacto
En un contexto en el que la mala gestión de los residuos representa un riesgo sanitario y ambiental, Reverdecer aprovecha desechos agropecuarios, forestales, urbanos e industriales —como polvo de roca o cenizas de la industria papelera— para convertirlos en insumos de alta calidad. Este proceso se realiza con tecnología propia: una volteadora autopropulsada, que permite producir 50 toneladas de bocashi cada 15 días.
Los bioinsumos obtenidos “sirven para recuperar los suelos degradados por un modelo que utiliza una gran cantidad de agroquímicos de síntesis como herbicidas, insecticidas, fungicidas y fertilizantes que, agregado al manejo de suelos sin cobertura producen una fuerte erosión, y con ello la pérdida de la fertilidad”, explica Fernando Puzzo, coordinador en la biofábrica. Además, el proyecto ofrece soluciones a la gestión de desechos húmedos industriales, urbanos y rurales, que representan más del 60% de los residuos en Argentina.

Sumado a esto “se evita la incineración de residuos forestales y el abandono de residuos áridos como el polvo de roca de basalto con su enorme impacto ambiental”, enfatiza Marina Parra, secretaria de la Asociación Mujeres Soñadoras, entidad que comenzó montando un vivero de especies nativas y hoy gestiona la biofábrica.
El impacto ambiental, económico y social del proyecto fue reconocido en espacios académicos como el 42º Congreso Argentino de Horticultura, donde se presentaron los resultados positivos del uso de bioinsumos en comparación con fertilizantes químicos.
Además, este año resultó finalista del Fondo de Desafío Innovación para el Norte Grande (DINN), apoyado por la Unión Europea a partir de su iniciativa Impacto Verde, y la ONG Redes Chaco.
Actualmente, la Biofábrica trabaja en la inscripción de sus productos en SENASA, lo que abrirá puertas a nuevos mercados nacionales e internacionales.
Desde su enfoque integral, el modelo también promueve la equidad de género, revalorizando el rol de las mujeres en la producción de alimentos y en la gestión organizativa. “La transición agroecológica no es solo una técnica: es una transformación social donde la economía social y los saberes comunitarios tienen un rol central”, explican desde la organización.