Duro, como un yunque


Nacido en los finales del siglo XIX como Arístides (tiene otros tres nombres de pila, pero ¿para qué complicar?) Gandolfi Herrero, luego de 30 libros de cuentos (la mayoría del género infantil), de 16 libros de poesía, de once de ensayos, de ocho obras de teatro, de seis antologías, de cuatro guiones de cine y de un par de novelas, forjó un notable camino cultural con el seudónimo de Álvaro Yunque. Una muestra de altísimo nivel documental y estético sobre su larga vida – murió en 1982 a los 93 años – se inauguró este mes en la Biblioteca Nacional. Allí se juntan, existencia y obra, trayectoria e ideología, humanismo y lucha militante.

Quien esto firma leyó su libro Barcos de papel en la preadolescencia. Era el segundo, después de Botón Tolón, el clásico de Constancio Vigil que se recomendaba para los primeros años. Tendría once o doce años y lo que saqué de esa lectura es que había un mundo que desconocía, de niños tristes que vivían en condiciones bien diferentes a las mías. En varios de sus diez relatos (nunca olvidé El libro robado y Un hombre) no me pasó por alto el costado luminoso de personajes de ejemplar bondad y que jamás olvidaban el valor de la igualdad. Cada cuento venía precedido por una frase de un autor prestigioso. Ignoraba entonces los valores de Goethe, Gabriela Mistral o Dostoievsky, así como el uso, común, para la época, de formas verbales como miráronse, púsose y hacíase. Durante la relectura, en estos días, imaginaba que a cualquier astuto nativo digital de estos días esas expresiones les sonarían excéntricas e inentendibles.

Duro, como un yunque

Yunque fue un duro, como denota la elección de su nombre de fantasía. El curador de la muestra, Emiliano Ruiz Díaz, lo reconoce como baluarte de la “literatura proletaria”, un territorio en el que, sin disensiones, conviven, al decir de Gito Minore, otro estudioso de su obra, “obreros, atorrantes, madres, prostitutas y, niñas y niños a la intemperie”. En su extenso recorrido poético Yunque le dio palabra y voz a “reos y mercachifles”, a “inmigrantes europeos”, desvalidos, a los “humildes”, humillados y siempre, siempre a “los niños” invisibilizados.  Escribió versos como «Poesía de la calle / cosa de todos, sin dueño / yo te aprisiono un segundo / solo un segundo en mi verso». Fue, a la par de Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, César Tiempo y Raúl González Tuñón, un miembro relevante del Grupo Boedo, protagonista de una división singular en las décadas iniciales del siglo pasado con el llamado Grupo Florida. Lo que prueba que las grietas no nacieron en este siglo. Unos y otros confrontaban. En palabras de Yunque los de Boedo buscaban cambiar el mundo y los de Florida se proponían transformar a la literatura.

Hay versos que lo definen: «No soy un literato espamentoso / de esos q’ escriben pa’ que nadie entienda / yo escribo pa’ mi pueblo, generoso / al que rempujan como mansa hacienda. Más de una vez les mojó la oreja a los apreciables rivales con versos de lograda lunfardía como ¿Pa’ vos es una blasfemia / que yo afile versos rantes? / Seguí vos con tu Academia / Yo me junto con Cervantes” u otros, todavía más directos y críticos, como el que dice, No esperaré que apadrines/nuestro canyengue es bastardo / vos seguí con tus latines / yo me quedo en mi lunfardo».

Gestor de una vasta obra poética, historiográfica, ensayística, periodística, Yunque levantó banderas humanistas en las entreguerras mundiales, que atravesó, identificado con cuánta contienda antifascista lo convocara. Un ejemplo es su poemario antifranquista España, 1936 sobre la cruenta Guerra Civil Española. Suscribió su militancia firmando en diarios anarquistas, socialistas y, en especial, comunistas, partido al que perteneció. «Como batió Campoamor / d’esta vida pelandruna / todo es según el color / del vidrio con que se juna». Sí, lo del color siempre lo tuvo claro. Creía sin dobleces en las herramientas del arte como un impulsor de cambios. Si viviera, estaría mal mirado porque representaba mucho de lo que el actual gobierno detesta: defensor de la cultura, intelectual comprometido, político en la acción a favor de causas que nunca consideró perdidas. En dos palabras, un zurdo. Sus adhesiones partidarias le acarrearon previsibles dolores de cabeza. En 1930, cuando, como dice el tango a Irigoyen lo embalurdaron; más adelante, en 1943 su oposición al GOU (Grupo de Oficiales Unidos) le costó cárcel y exilio en Uruguay. En 1977 la dictadura sacó de circulación y hasta incineró libros infantiles suyos como El amor sigue siendo niño, Niños de hoy y Nuestros muchachos.

Duro, como un yunque

Como poeta social, Álvaro Yunque queda en la mejor historia. Hombre de Buenos Aires y de cafés, autor estrella de la mítica Editorial Claridad, nombre habitual en la programación de teatros independientes, pionero de la literatura y del teatro infantiles, guionista de cine (en 1962 se estrenó con suceso Barcos de papel dirigida por Román Vignoly Barreto e interpretada por el niño precoz, español, Pablito Calvo), escribió radioteatros, defendió la herencia indígena, fue miembro de la Academia Porteña del Lunfardo y publicó libros, auténticos acontecimientos de lectura popular como Gorriones de Buenos Aires, Nudo corredizo y Poemas gringos.

Producto de una donación de su hija Alba en el año 2012, parte importante del archivo de Yunque –67 cajas con material fechado entre 1903 y 2013– se encuentra bien resguardado en la Biblioteca Nacional. Entre otras cosas, la más curiosa un lote de 91 cuadernos escolares, marca Rivadavia o Triunfo en los que, manuscritos, se encuentran 45 categorías, numeradas del 1 al 14.864. Cada entrada es un pensamiento, una frase de alguna celebridad, reflexiones, opiniones, divagues, críticas, tomas de posición. Esta vibrante y bella puesta al día de Yunque está exhibida en dos salas en la planta baja de la Biblioteca. Se puede visitar de lunes a viernes de 9 a 21 y sábados y domingos de 12 a 19, hasta diciembre 2025, con entrada libre y gratuita.



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