la era de las infancias desprotegidas


“Quiero tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar, que es el mejor”, cantaba María Elena Walsh en Marcha de Osías, el famoso osito en mameluco que paseaba por la calle Chacabuco. A poco de cumplir 60 años, la canción tiene versos tan vigentes como “quiero cuentos, historietas y novelas, pero no las que andan a botón” y “también quiero para cuando esté solito un poco de conversación”. Parece que María Elena sí la vio.

Pese a la importancia que el tiempo de juego tiene para las infancias, los chicos y las chicas están jugando cada vez menos, en tiempos de pantallas y violencia naturalizada que baja desde las esferas políticas más altas y se amplifica en las redes y en medios amigos. Un combo letal que construye la era de las infancias desprotegidas.

Lo dicen especialistas que lo ven a diario: hay menos tiempo y espacio para el juego simbólico, para el juego libre, entre pares y con personas adultas. Las pantallas explican parte del asunto, pero no todo: el tiempo no apurado también se lo llevan los multiempleos para llegar a fin de mes y la sobrecarga de actividades infantiles que se pone en marcha para sostener ese esquema familiar.

Un panorama que es global, en un contexto nacional donde las últimas noticias sobre infancias en relación al Gobierno tienen que ver con la negativa de Javier Milei a borrar un posteo en sus redes sociales con el que agravió a Ian, un niño de 12 años con autismo, en el marco de un reclamo masivo contra el recorte de los derechos de las personas –muchas de ellas, niñeces– con discapacidad. ¿En qué justificó el presidente sus ataques al niño? En «la libertad de expresión».

Ian y la niñofobia

“Estamos en un contexto en el que claramente aquellos sectores no hegemónicos incomodan, molestan y tienden a ser expulsados de la posibilidad de acceder a derechos casi diría elementales. Las niñeces, y en particular con discapacidad o migrantes o en contextos de pobreza o identidades disidentes, se encuentran en un momento donde pareciera que incomodan cuando plantean derechos específicos”, señala el sociólogo y educador Santiago Morales, coautor de libros como Adultocentrismo, ¿qué piensan chicos y chicas?, editado por Chirimbote. Describe una suerte de “niñofobia” que no es solo local, pero que en Argentina coincide con un gobierno que se rige bajo «la concepción de la niñez como un objeto de tutela del Estado”. 

De las pantallas a la violencia cotidiana: la era de las infancias desprotegidas

Esa mirada, sostiene Morales, “está en el corazón de la propuesta reaccionaria, conservadora y ultra conservadora de los sectores que rodean a los grupos que están en el poder. Ni bien asume Milei el Ministerio de Seguridad saca una resolución que prohíbe la manifestación pública de niñas y niños, lo cual es escandaloso por anticonstitucional. Luego, en el primer proyecto de la Ley Bases se intentaba concretar modificaciones legales para una vuelta al patronato (…). A esto se suma el proyecto de ley para bajar la edad de punibilidad a los 13 años, latente en el Congreso”, enumera el sociólogo sobre las políticas –o anti políticas– del mileísmo para la niñez. Algo que considera “coherente con el ataque a Ian”.

Infancias desprotegidas

Para Aldana Contrera, especialista en crianza e integrante de Lazo Natal, hoy hay una infancia “más desprotegida, con ma-padres que tienen cada vez más información sobre algunos temas –se preocupan mucho por ejemplo por no dar ultraprocesados, lo cual está buenísimo– pero por otro lado sueltan el control en cuanto a lo digital. Somos esta generación bisagra que cría a niños y niñas con acceso a una tecnología que nosotros no tuvimos hasta la adolescencia o más”.

No es una problemática individual ni familiar sino social. “Tenemos un Estado que no está regulando casi nada, está muy corrido de las cuestiones que tienen que ver con el cuidado de las infancias. Entonces en un momento donde se discuten cosas tan básicas como el Hospital Garrahan desfinanciado o se pone en duda qué prestaciones puede recibir un niño con discapacidad, pedir que se regule el acceso a Internet o a redes en menores es hoy lamentablemente una utopía”.

No hay hogar con infancias o adolescencias ni escuela alguna donde hoy esto no sea un tema. Los tenues intentos de regulación locales se dan en paralelo con estadísticas que indican que el 95% de los chicos y chicas de entre 9 y 17 años tiene celular con acceso a internet (Unicef/Unesco, 2025).

“Post pandemia estamos criando en un estado de absoluta soledad. Si bien estamos híper conectados y tenemos 20 chats abiertos por día, criamos muy solos. Si a eso le sumamos la exigencia en cuanto a trabajos remunerados, que se ha borrado tanto la brecha entre el home office, el trabajo fuera de hora y el tiempo en casa, tenemos un combo explosivo. Ni hablar en un contexto donde a nivel económico las familias requieren de uno o más trabajos por cuidador para poder llegar a fin de mes”, plantea Contrera.

Y completa: “En este contexto de extrema soledad para cuidar, los niños y niñas quedan muy perdidos y son carne de cañón para que el universo de lo digital, de la pantalla, de las plataformas y dispositivos electrónicos los convoque y atrape”.

La otra batalla cultural

La evidencia sobre el impacto negativo los dispositivos digitales en la primera infancia ya comienza a abundar. Se sabe que mucha pantalla en los primeros años puede alterar el desarrollo del lenguaje y la creatividad. Se conocen también los riesgos de la conexión a Internet sin cuidados: el grooming, el vínculo con desconocidos, las apuestas y estafas. También los efectos en salud mental, con mayor ansiedad y depresión, más cortoplacismo, menor atención, menos herramientas de sociabilidad. Pero la advertencia de especialistas en crianza apunta también a los efectos indirectos: todo lo que no se hace o se pierde por darle prioridad al celular.

“Sin duda hoy una de las principales preocupaciones en torno a la infancia tiene que ver con la merma del juego simbólico, del juego con juguetes, con imaginación –apunta Lucía Fainboim, referente en crianza digital–. El juego es fundacional en la infancia. Porque a partir del juego los niños construyen identidad, pueden replantearse situaciones de su vida cotidiana, tramitarlas, imaginar otros mundos posibles. Hoy vemos una merma muy fuerte”. Y define a la oferta del juego en pantallas como “competencia desleal”.

“Me encuentro constantemente con familias de nivel inicial y primer ciclo de primaria que dicen, cuando uno indaga, que los chicos están jugando poco. Tienen poco tiempo de juego, les cuesta sostenerlo –advierte–. Si estamos preocupados por la crisis de salud mental adolescente, una de las cuestiones que tenemos que empezar a replantearnos es darle el lugar que requiere en la infancia al juego libre”. Las estadísticas reflejan por qué hay que prestarle atención: el especialista en desarrollo infantil temprano de Unicef Argentina, Javier Quesada, dijo ante la Comisión de Niñez de la Cámara de Diputados que según una encuesta, en Argentina el 9% de las y los adolescentes de entre 13 y 17 años se sentía deprimido y un 13%, angustiado.

La falta de juego y sus efectos es un hecho. Pero, interpela Fainboim, “deberíamos focalizarnos en que los niños tienen derecho a jugar: es lo principal que tienen que hacer en su infancia. No deberíamos dar esta batalla por perdida”.

Se perdió la tolerancia a los tiempos vacíos

“El binomio niño-celular es especialmente complejo en la vida hogareña”, plantea Daniel Brailovsky, maestro, doctor en Educación, docente en la Universidad Pedagógica (Unipe) y en FLACSO. “Casi todos los problemas de orden cultural vinculados con la vida infantil y su atravesamiento por las mediaciones digitales tiene un cariz más preocupante en la vida del hogar. La escuela es un espacio más controlado y donde el uso de las tecnologías digitales siempre está atravesado por algún criterio pedagógico”, sostiene.
En los hogares “lo que más se observa es que el celular se emplea como recurso para apaciguar el sentimiento de aburrimiento de los niños, que (al igual que los adultos) han perdido toda tolerancia a esa forma de encuentro con uno mismo que propician los tiempos vacíos”. Para las personas adultas, además, “cada vez existe menos tiempo extra laboral en el que puedan jugar de manera intensa y comprometida con los niños de la casa, sin estar pendientes de las notificaciones”.
Brailovsky resume que “se vive en un estado permanente de soledad aturdida y de compañía interrumpida, y esto atenta absolutamente contra las prácticas de crianza”.

Niñeces, pobreza y desigualdad

El 52,7% de las niñas y los niños en Argentina se encuentra en situación de pobreza monetaria, según datos del INDEC del segundo semestre de 2024. Un informe de Unicef difundido en julio de este año señala que si bien ese índice mejoró, persisten “marcadas desigualdades” que ponen en riesgo a las infancias.
Por caso, entre niñas y niños que viven en hogares donde la persona de referencia es un trabajador informal la tasa de pobreza llegó al 68,4% y en barrios populares, al 72,3% de chicos y chicas. Y para no llegar a la pobreza, padres deben tener dos o más trabajos. Pese a que el Gobierno se ufana de ser anti-planes sociales, Unicef destaca que sin las transferencias monetarias como la Asignación Universal por Hijo (AUH) “la tasa de indigencia en la niñez sería 10 puntos porcentuales más elevada”. El análisis del presupuesto nacional destinado a infancias en ese informe muestra que en la primera mitad del año la asignación de becas escolares cayó un 35%; el presupuesto asignado a salud se contrajo en un 21% y el Plan Nacional de Primera Infancia, en un 50%.



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