Ser corrupto, asquerosamente ladrón de las personas que sufren discapacidad, te convierte en un monstruo, un hachedepe al cuadrado. Esa violencia que le tirás impunemente a la gente, siempre vuelve. Si te pasás seis días sin responderle nada al amigo y abogado personal que te denuncia por mafioso, ladrón, corrupto y sinónimos… No podés decir que lo vas a denunciar a la policía, que mintió: es tarde para todo, también para eso.
¿Quién te hace creer que gritando en el techo de una camioneta “lo voy a denunciar a la Justicia”, vas a defender tu inocencia de una manera creíble? Sos corrupto a la vista. No es una denuncia oscura y abyecta del tipo de las que hace la mafia de Clarín. Es algo que cualquiera con dos dedos de frente advierte: la gente se da cuenta, lo comprende. Estar hasta las manos en un robo de esta naturaleza debería provocarte la pregunta ¿qué hago aquí? ¿O cómo es que todavía no me sacaron como alguien que se cuela en una fiesta en la Casa Rosada?
Javier Milei debería entender que es muy de caradura estafar como lo ha hecho y salir a pavonearse entre la gente. Que esas políticas suyas, humillan. Que hambrean, que matan. No lo puede defender ni el establishment ni el poder real, por más que quieran. Es demasiado.
¿Qué hacés de caravana tomándole el pelo a ese pueblo al que le quitás todo para dárselo a la elite de la que fungís, a la que servís, de la que sos exactamente un servil. El guapo José Luis Espert, huyendo despavorido en una moto, el personaje siniestro de “cárcel o bala”. Una postal del desatino. ¿A qué fueron? A cabecear una piedra para ver si pueden lograr que la gente mire una agresión, por supuesto, indeseable, tonta, torpe, siempre lo son, siempre penosa, para que entonces se pueda correr el foco. ¿Creen que si se habla de violencia, se olvidan de los saqueadores de las personas con discapacidad? ¿O qué es peor: un brócoli, una piedra, o una pistola a cinco centímetros del rostro?
Eso está tatuado, Milei. Debe saberlo también Espert. Son lo que son y para siempre. Violencia es mentir. Es una frase redonda para poner en su sitio a Milei gritando que lo va a denunciar a su propio abogado Diego Spagnuolo, al que le ofreció ponerle un abogado hace tres días y ahora lo agrede. ¿Quién lo puede creer?
Nuestro amo juega al esclavo. Cuando va Guillermo Francos a insultar el decoro y la inteligencia, defendiendo el honor de Milei y acusando a otros del desastre que ellos han hecho. Fue al Congreso a mentirle a todos, salvo a los cómplices, que sólo por cómplices, podrían estar de acuerdo.
Como la canción, «esta tierra es una herida que se abre todos los días», cada vez que insultan a los más vulnerables. La tropa riendo en las calles, formidables guerreros en Jeep, gritando una inocencia imposible. Cantan con la voz truncada, son mamarrachos al paso. Quien los defiende es como ellos, son los que dan letra en el reino del engaño y de la trampa.
Lo dice muy bien mi compañero genial Gustavo Campana. La caravana de la provocación generó que estallaran 18 meses de violencia. La más explícita, con las represiones semanales para criminalizar la protesta social. Las otras, para algunos invisibles, quitándole el pan de la boca a millones de seres, hipotecando el futuro de las generaciones por nacer.
Le han tomado mucho el pelo a la gente. Fueron a Lomas de Zamora, o fueron a la provincia de Corrientes. Pero si vinieran por cualquier avenida porteña sería lo mismo: encontrarían un alto porcentaje de gente dolorida, ya no indignada, enojada, con una gran rabieta por lo que le hacen. Pero fueron al Conurbano, que fue parido por la industria nacional: justo ellos que están en pleno industricidio.
Por otro lado, otra de las armas de destrucción masiva de Milei apunta al Garrahan. El querido Pablo Echarri recordó por estos días, que “el Garrahan somos todos”. Gran verdad, por cierto. Mencionó a quienes ejercen la corrupción a diestra y siniestra. La crueldad y el choreo son un mismo tema, es la misma moral. Es de vieja data meterle una impiadosa brutalidad al propósito del afano. Para robarse Telecom era indispensable cambiar de gobierno. Para cambiar de gobierno había que mentir. A la mafia no se le caen los anillos por eso. Al contrario, lo goza. Hoy al cabo de 10 años, exactamente, el salario mínimo es menos de la mitad de lo que fue. En junio del 2015, se compraban 68 kilos de asado, hoy alcanza para 28, si uno sabe buscar. Menos de la mitad
Mauricio Macri en su informe en Davos 2015, al empezar su gobierno debió reconocer que tomaba las riendas de un país extraordinario, el primero de la región en desarrollo humano, con la mayor proporción de población de clase media y el menor coeficiente de desigualdad. Estuvo obligado a admitir que había un verdadero país, que los argentinos tenían un país en 2015. Y que ese país no era el del 2001 cuando empezaba el siglo, por cierto que no lo era. Ahí sí, 2015, un país de verdad, más justo, más humano y que había sido creado después de la catástrofe.
Pero no era sólo la mafia de Clarín que pretendía robarse Telecom, que dicho sea de paso, era lo único que le faltaba en aquel mapa famoso de Jorge Lanata. ¿Lo recuerdan? Aunque ahora también van por Telefónica ante el desahuciado Milei, la jugada mafiosa de entonces era por Telecom. Y no sólo eso: era una cuestión de clase de la dirigencia empresarial y de los gauchos ricos de la vaca en el barco; la vaca que iba rumbo a Europa en el barco con los dueños y el ordeñador tirado en un catre en el fondo del barco. Ese era el país de entonces.
Lo que dice el querido actor argentino, Echarri, que “el Garraham somos todos” y la asociación de ideas con quienes lo impiden para robar a diestra y siniestra es una verdad de la historia: por gente como la que ahora ejerce el poder real, los héroes se iban lo más lejos posible o morían perseguidos. Es una vil raza dañada la que los echaba con el apoyo de sectores periodísticos que vienen a ser los Rigolettos de siempre.
No pongan la vida en espera.