Cuatro patrulleros de la Policía de la Ciudad aceleran en fila por la avenida de Los Lagos, en la localidad de Tigre, norte del Conurbano bonaerense. Las palmeras frondosas que se levantan a sus costados, junto a los edificios espejados a la vera del río, no distraen a los oficiales porteños, acostumbrados más al cemento de CABA que a las postales fluviales de la zona norte del conurbano.
La orden de allanamiento en sus manos los lleva hasta la avenida Los Lagos 3115, entrada principal de La Isla, el barrio más exclusivo dentro del country Nordelta. Las casas que deben revisar los efectivos esa tarde del 22 de agosto son las de Emmanuel y Jonathan Kovalivker, hermanos y dueños de la droguería Suizo Argentina.
Los Kovalivker, días atrás, habían sido involucrados en la causa por el supuesto pago de coimas que reveló el despedido Diego Spagnuolo, extitular de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), quien había confirmado en una serie de audios un sistema de dádivas entre empresas privadas de salud y el organismo estatal que dirigía, incluyendo a la hermana del presidente.

Un enorme cartel verde anuncia la llegada a La Isla. Los oficiales bajan de los móviles y llegan hasta la entrada. Las mansiones del técnico del Atlético de Madrid, Diego Simeone, y del empresario y creador de Nordelta, Eduardo Costantini, no se ven desde la alargada garita de seguridad. Apenas se divisan algunas casas detrás y una calle asfaltada que bordea un lago artificial. Esa frontera entre lo privado y lo público, sin embargo, pondrá en peligro todo el operativo.
Desde otro sector de La Isla, Ariel De Vincentis, jefe de seguridad de Nordelta, le ordena a los guardias de seguridad que los policías no ingresen, aún si mostraran la orden del fiscal federal, Franco Picardi. Mientras los oficiales protestan, al volante de un Audi S3, Jonathan Kovalivker deja atrás el exclusivo barrio por otra entrada. Su hermano, Emmanuel, también intentará huir en otro auto, pero sin la misma suerte. Los efectivos porteños lograron cortarle el paso y detenerlo. En los asientos traseros, Emmanuel llevaba un total de 266 mil dólares y siete millones de pesos.
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— Ric (@ricgreene) October 7, 2025
Los Kovalivker, junto a Spagnuolo, continúan investigados en la causa de las coimas dentro del ANDIS. Y el juez Sebastián Casanello procesó a De Vincentis acusado por el delito de “encubrimiento” y “obstrucción a la Justicia” por colaborar en la escapatoria de los hermanos.
Para Ricardo Greene, sociólogo y autor de Vivir en un barrio cerrado (Ed. Siglo XXI), la escena de los hermanos Kovalivker, junto al impedimento de ingreso de la policía en La Isla, es “perfectamente normal”. Así lo dice: “En el barrio cerrado más grande de Latinoamérica, el Estado no entra con facilidad. Ni siquiera la policía”.
Las élites, el racismo y el espacio
Nordelta se ubica a 30 kilómetros de la Capital Federal, en Tigre. El barrio privado fue diseñado y financiado por Nordelta S.A, empresa creada por el ingeniero Julián Astolfoni y el magnate de las propiedades, las finanzas y el arte Costantini, quien también tiene su propio terreno en la zona más exclusiva del lugar: La Isla.
Las autoridades locales aprobaron los planos para la construcción en 1994 y, cuatro años después, comenzó su construcción. En diciembre del 2001, días antes de una de las mayores crisis sociales y económicas del país, salieron a la venta las primeras casas.
Hoy las áreas residenciales albergan a 50.000 personas de clase media–alta y alta que disfrutan de más de 200 hectáreas de lagos y estanques, canchas de golf y fútbol, su propia iglesia católica, una sinagoga, colegios privados, una universidad, 24 piletas de natación y kilómetros de senderos protegidos para caminata y trote.
Durante dos años, Greene recorrió las calles y periferia de Nordelta. Habló con 91 personas, entre residentes, trabajadoras de casas particulares, funcionarios municipales, sacerdotes, guardias de seguridad y policías, entre otros. “Me propuse volcar en el libro algunas hipótesis para entender cómo las élites, el racismo y el espacio han ido tejiendo una relación”, explica el sociólogo.

Las entrevistas y situaciones que el investigador chileno vivió dentro del “barrio-pueblo”, como bautizó Costantini a Nordelta, forman un relato coral de ese tejido urbano tan complejo.
Un día, Tomás –un residente que entrevistó Greene– organizó una cena en su honor e invitó a algunos amigos para que conversaran sobre el barrio con el investigador. Cuando concluyó la velada, Tomás acompañó al sociólogo hasta la puerta y se dio cuenta de que había llegado a su casa en tren.
–En tren y luego en bondi.
–¡No! ¿¿En el people’s train?? Sos muy valiente.
“Esa escena condensa la distancia social, el miedo al afuera, el racismo, el desapego y la naturalización de la desigualdad”, recuerda Greene sobre la expresión de Tomás. “Todo parece amable y civilizado —una cena elegante, un gesto de hospitalidad—, pero basta una frase para revelar la distancia social que lo atraviesa todo”, añade.
“El people’s train no es sólo un chiste; es una frontera simbólica entre quienes se sienten parte del país y quienes lo miran desde arriba, desde afuera. Muestra cómo el clasismo y el racismo se cuelan en lo cotidiano, disfrazados de humor o de sorpresa genuina”, detalla.

Un Estado privado
La figura del Estado en el barrio también es profundizada por el autor. “Todos, tanto los de Nordelta como los de fuera, critican al Estado por la inseguridad, los servicios deficientes o la falta de planificación. Pero Nordelta nace precisamente como un intento de escapar de todo eso, de crear un ‘Estado privado‘ y paralelo que funcione donde sienten que lo público no”, puntualiza.
El problema, identifica Greene, es que esa autonomía nunca es completa: “Para que su santuario se sostenga, necesitan de un Estado que mantenga las autopistas, los cementerios, los aeropuertos, que controle el dólar y subsidie el combustible, que apoye el comercio internacional, que mantenga a raya el dengue… entre tantas otras cosas”. «

El temor a la llegada de los «nuevos ricos»
Otro de los elementos que el sociólogo destaca en cuanto a las preocupaciones o miedos de los vecinos e inquilinos de Nordelta es la llegada al barrio de nuevas clases sociales.
“La posible irrupción del ‘indio’, del pobre, del ‘negro’, mantiene a las élites con las alarmas encendidas –conjetura Greene–. En Nordelta, ese temor persiste y se amplifica, porque se teme también al nuevo rico: alguien que puede comprar una casa en el barrio, pero no pertenecer del todo. Trae otras costumbres, maneras de hablar, de mostrarse y de vestir, que amenazan el entorno. Para mantenerlos a raya, como no hay ‘bolilla negra’, lo que queda son las normas, las sanciones, los chismes y las miradas, con las que van vigilando y domesticando la falta de ‘nivel’”.
El combate del miedo a ese “otro” en el barrio cerrado más grande del mundo, continúa Greene, se aborda desde la vigilancia y la seguridad: “Como puede pasar, hay que protegerse. Combatir la desigualdad de otra forma no suele formar parte de sus preocupaciones”.